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Molinos antiguos en el mundo rural

       Los molinos del mundo rural en la Maragatería.

Los molinos

 Los molinos nacieron en el mundo rural para satisfacer la necesidad de subsistencia, como complemento de la agricultura. En la Maragatería, como en el resto de la provincia de León, los molinos eran generalmente  comunales: los derechos  de molienda, heredados o comprados,  se reducían a unos determinados días o unas horas.

Muchos eran los molinos que había en las riberas de los ríos y regueras. Los molinos rastreros pertenecían a una comunidad del pueblo. Cada comunero disponía de días, medios o cuartos de día para poder moler. Estas velías pasaban de padres a hijos. En la margen izquierda del Duerna hubo abundantes molinos de este tipo hasta finales del siglo XX.

En Pobladura existió el del tío Ángel, que terminó produciendo la luz para el pueblo y otros dos más, aún en funcionamiento.

En Chana de Somoza, en el paraje de Las Charcas, al lado mismo del río Duerna, se encontraba la Maquinina, trasladada a su actual emplazamiento de La Magdalena en los años treinta, aún en activo; en La Puente, junto al puente de madera, hubo otro funcionando hasta los años sesenta; En El Cereiro, el del tío José, llamado el Pisón porque se utilizó para pisar el lino; en La Magdalena, al poniente de la actual Maquinina, aún hay restos de otro de vecinos de Busnadiego, adquirido por Pablo Martínez y desaparecido en los años treinta, y los tres de Valdespino, de vecinos de Piedras Albas. Además de estos existían dos maquileros, con autorización oficial, el del Manco en Las Charcas y el de Pablo Martínez en El Mayán.

En Filiel hubo dos, ambos maquileros, los de Alejo Alonso y el tío Domingo;  en Boisán el del tío Guillermo y La Molinica, de Jerónimo de Villalibre.

En Molinaferrera, en el río Cabrito -afluente del Duerna-, existieron varios rastreros: el Calabazo, el del tío Zoquita, Los Llobos (aún funciona) y el del Cristo, y uno maquilero, la Máquina de Aurelio Alonso.

También Busnadiego, en la reguera de Carrizo, en la confluencia de los arroyos de La Devesa y El Valle, tuvo tres, uno aún en pie. Piedras Albas se sirvió de  otro en el arroyo de La Devesa, a la derecha de la actual carretera que une estas dos localidades.

Los vecinos que iban al molino rastrero transportaban el cereal, envasado en quilmas o fuelles, mediante carros o caballerías los días que les correspondía, encargándose de ponerlo en marcha y demás faenas. Los que acudían al maquilero, era su dueño quien realizaba las faenas propias del oficio, tomándole a cambio como sueldo la maquila, bien en dinero o  mediante una cantidad en grano ya estipulada.

En estos últimos, descargado el grano, se pasaba previamente a la limpiadora si era para consumo humano, o iba directamente a la tremuya. Una vez obtenida la harina, caía al farnal si el destino era para alimento animal, o a un sistema de vasos sinfín que la elevaban al cernedor.

En el molino de Pablo Martínez era muy corriente que coincidiesen varias personas de los pueblos de la comarca, organizándose improvisadamente amenas tertulias y hasta concurridos bailes maragatos, muy animados por el tamborín que algunos clientes  prevenidos traían.

Formas de propiedad

La necesidad de moler dio lugar a la edificación de pequeños molinos (molinos rastreros), bien por algún particular o, lo más común, por un grupo de vecinos. Los derechos de molienda se ejercían por velía: ciertos días u horas teniendo en cuenta el número de propietarios y la herencia. El grupo era el encargado del mantenimiento: la limpieza de la zaya, reparación de instalaciones y picado de muelas. Si pertenecía a un solo vecino, éste cobraba en grano la labor de la molienda mediante una unidad de áridos, el cuartillo. El molinero, a mediados del siglo pasado, venía tomando cuatro cuartillos (un celemín) por cada quilma de cereal.

 La casa

Los molinos rastreros eran de pequeño tamaño, de una sola planta, cuadrada o rectangular, con paredes de piedra y cubierta de losa o, en algunos casos, de paja.

Tenían un solo par de piedras y aprovechaban el agua de arroyos o de zayas destinadas para el riego de prados y huertas. La mayoría sólo molía en otoño, en invierno y principio de primavera, cuando el caudal era suficiente. Aprovechaban la caída natural del agua para mover el rodezno, a través de estrechas y pendientes conducciones  de madera.

Los maquileros, situados en las riberas de los ríos, disponían de su propia moldera y estanque para almacenar agua, obteniendo así mayor presión y rendimiento. Realizaban su trabajo todo el año, especialmente al inicio del otoño cuando la cosecha se acababa de realizar y el agua escaseaba en los rastreros. Las zayas se limpiaban anualmente, antes del inicio de los riegos y las presas sobre el río se reparaban en primavera y verano para así obtener un caudal mayor.

 Elementos del molino tradicional

La tolva o tremuya

La tremuya es una caja en forma de tronco de pirámide invertida, sostenida sobre el carro. En ella se echaba el grano que descendía por un canal, la canaleja, para caer en el ojo de la muela superior. La canaleja está unida a la parte posterior de la tremuya mediante una correa y por delante, a un torno del carro, con tope, a través de una cuerda para regular su inclinación. Para que la canaleja se moviera de izquierda a derecha y así distribuir el grano en el ojo de la muela, disponía del carraquillo, cilindro vertical de madera (en los maquileros era de hierro) con una parte dentada, cuya base se asentaba en la lavija (pieza de hierro en forma de yugo acoplada en el ojo de la muela superior al gorro) y con la superior insertada en una barra horizontal del carro. La parte dentada coincidía con un extremo del lateral de la canaleja, imprimiéndole a ésta, al girar impulsado por la muela, el movimiento de vaivén antes mencionado.

Muelas

Disponían de dos muelas o piedras cilíndricas, apoyadas sobre cuatro vigas de roble formando un cuadrado e incrustadas unas en otras; la inferior o solera era fija y la superior o volandera realizaba la rotación. En los molinos tradicionales las piedras eran extraídas de las canteras del “país”. Para mejorar la molienda, los molinos maquileros incorporaron piedras francesas, de cuarzo y cinchadas, con un diámetro de unos 140 cm. La calidad de la harina no se debía sólo al tipo de piedras o a la clase de cereal, sino al buen estado del dibujo existente en la superficie de las muelas. Este dibujo constaba de unos surcos rectos completos y de otros más cortos, distribuidos alternativamente en forma radial, y de un granulado entre ellos  que había que recuperar periódicamente. Esto se conseguía con el picado mediante unos martillos especiales o picas, de dos cortes. Para ello, se levantaba la muela superior, se giraba y se trasladaba al lado, mediante palancas y cuñas, haciéndola descansar sobre dos tablones; modernamente este trabajo se realizaba por medio de una cabria, en cuyos extremos libres tenía sendos agujeros donde se ensamblaba un espigo metálico, que a su vez encajaba en ambos lados de la muela. Montada así la volandera y accionadas las citadas piezas por un tornillo, se izaba sin apenas esfuerzo, se volteaba y se disponía para el picado.

Caja o tambor

Para tapar la muela superior disponían de una caja o tambor de madera, generalmente en forma octogonal, donde se fijaba el carro con la tremuya y la canaleja.

En el ojo de la volandera se hallaba el mecanismo que unía ésta con el eje o árbol del rodezno y que transmite el movimiento a la piedra. Este mecanismo estaba formado por una pieza de hierro (lavija) incrustada diametralmente en el ojo de la volandera y que se encaja en otra pieza cilíndrica (gorro), también de hierro, insertada en el eje. Este mecanismo era de madera en los rastreros, ajustándose las piezas con pinas, por lo que su duración era corta.

Eje o árbol

Era de madera de roble en los antiguos y de hierro en los más modernos. En su parte inferior sostenía al rodezno, fijado mediante cuñas al árbol si era éste de madera o con un pasador si era de hierro. El eje, al girar sobre la rangua, empotrada en una viga de madera de roble llamada puente que atravesaba el cárcavo, lo hacía mediante un puntero de hierro (últimamente de bronce ambos). El puente apoyaba uno de sus extremos en un hueco de la pared y el otro, libre con un cincho de hierro, dentro de otro hueco, en la pared opuesta. Unido a ese cincho mediante una argolla existía un tirante o aliviadero, modernamente de hierro, que terminaba al lado de la caja de las muelas en un roscado con tuerca. Desde aquí, mediante una llave fija, se bajaba o levantaba el puente, y con él la muela superior para obtener una harina más o menos fina, más o menos velocidad o desembragar las muelas cuando el movimiento del rodezno se usase para otros fines, como mover una afiladera de esmeril, la limpia o para producir energía eléctrica mediante una dinamo.

El rodezno

Era una pieza cilíndrica, de hierro, hecho por herreros y más tarde en talleres especializados. Se hallaba situada en la parte inferior del eje. Aquellos en  los que el árbol era de madera, el rodezno disponía en su centro de un agujero cuadrado de unos 20 cm de lado para que ambas piezas quedaran fijadas con la ayuda de unas pinas también de madera; en los de eje de hierro, ese agujero, de unos 8 cm de diámetro, permitía ensamblarlas mediante un pasador. En su interior, dispuestas radialmente, presenta unas láminas verticales (álabes), en los más modernos curvas, en las que al incidir el agua procedente de la canal, provocaba un movimiento de giro que se transmitía a la muela volandera mediante el eje.

Farnal

El farnal era el cajón, adjunto al  tambor, que recogía la harina que iba saliendo de las muelas y desde donde  el molinero llenaba los sacos y fuelles de los clientes.

Elementos complementarios

El afán de mejora llevó a molineros con iniciativa a ir perfeccionando sus molinos añadiendo maquinaria complementaria que, para mejorar la calidad de la harina, librara al grano de adherencias u obtuviera por separado de la harina en bruto los productos. Para mover esta maquinaria disponía de un sistema de poleas y correas instalado a nivel de las vigas superiores de la casa (más grande que la del molino tradicional). El mismo rodezno, con un sistema de embrague y ruedas dentadas (dientes de madera para que fuese más silencioso el movimiento) transmitía el movimiento a la piedra, a este árbol de poleas o los dos a la vez.

La limpia

Esta es una máquina auxiliar que sólo la poseían ciertos molinos maquileros. Separaba del grano pajillas, espigas, chinas y otras semillas mediante cribas metálicas. Se activaba igualmente  mediante una correa conectada al árbol de poleas (distribuidora).

Cernidor o cernedor

Era un depósito de madera grande y alargado, colgado del las vigas de aire, con dos ejes longitudinales, uno superior con un esqueleto prismático  de madera  forrado por una tela de seda muy fina en su contorno para tamizar la harina, y otro inferior, con un tornillo helicoidal sinfín que arrastraba la harina tamizada que iba saliendo por cada una de las piqueras  situadas en la base del cernedor: harina de primera, segunda o la tercerilla, y el salvado (cáscara del grano de los cereales). Para llevar la harina al cernedor disponía de dos columnas huecas en cuyo interior  se movía una correa con pequeños vasos que recogían la harina que caía en ellos mediante un canal que la traía de las muelas. En la parte superior de las columnas, los vasos la basculaban en otro canal que la conducía al cernedor. El movimiento de las poleas de vasos y cernedor se realizaba mediante correas acopladas al eje diferencial.

La Molinica de Chana de Somoza

La Molinica de la Magdalena (Chana de Somoza)

POZOS DE CHANA DE SOMOZA

Pozos para el riego. Agua no potable.

En la década de los años cincuenta, Chana de Somoza (León) sintió la necesidad de la  construcción de cuatro pozos en distintos lugares de la localidad con el fin de obtener agua para alimento del ganado y para el riego de algunas plantas como repollos y otras de huerta.

En aquel entonces, solicitó la Junta Vecinal, presidida por Mariano Simón, ayudas a la Diputación de León para la construcción de estos pozos. Se obtuvo subvención para el material, mientras que los trabajos fueron realizados por los vecinos.

Los vecinos  más jóvenes se pusieron a la obra,  era necesario excavar la roca unos seis metros. Iniciaron el trabajo con una superficie de unos tres metros cuadrados (1,75 m de lado)  aproximadamente. Iban golpeando la roca, dura unas veces, con el pico, que era necesario tener afilado para que la tarea fuese más efectiva. Así consiguieron, poco a poco, la finalización de la obra de perforación,  luego había que construir el brocal, que se hizo totalmente de piedra rematado por una bóveda de cemento. Se remataron con una tapa de madera para evitar posibles accidentes  y con una pila de roca al lado para que los animales saciaran su sed.

Los lugares escogidos para ellos fueron sitios estratégicos que pudiesen ofrecer el agua a todos los vecinos: el de la Gusera, en el Alicreigo,  aprovechando la fuente antigua; el del Cueto, en la plazoleta frente a la casa del tío Pedro; el de la Fontana, en la fuente cercana a la plaza, y el de Las Eras, al lado de la ermita.

Hace un par de años recibió el pueblo una nueva subvención para restaurarlos, trabajo que realizó Saturnino y posteriormente la empresa de Antonio Franganillo Simón.

En el año que acaba de finalizar, se construyó un quinto pozo, semejante a los anteriores, en el solar que Antonio Franganillo donó al pueblo, hoy plaza de Esmeraldo.

Aquí os presento los cinco pozos, realizados en blanco y negro y a plumilla.

Pozo del Cueto

Trabajos de taracea

Taracea

La taracea es una labor de incrustación de distintas piezas para formar una composición artística. En pavimentos de madera como parqué y tarima, es común su empleo para decoración en forma de fajas, medallones, grecas y demás motivos de decoración, muy común entre los palacios de la realeza europea.

Este arte milenario se conoce desde el año 3.500 A.C. La técnica proviene de los orígenes de la humanidad. Fue la llegada del Islam quien enalteció la belleza estética de esta técnica. Son los monumentales tesoros de arte como las Mezquitas, los palacios, las madrasas o escuelas coránicas donde se manifiesta este bello arte. La cultura del Islam se extiende por numerosas regiones y países que agregan a sus propias culturas el arte Islámico. En Occidente, con el correr de los años, se perfeccionó, especialmente en Venecia, Andalucía y Países Bajos. La taracea o marquetería, por tanto, es uno de los más antiguos y bellos oficios artesanales del mundo que ha llegado hasta nosotros.

Es una técnica absolutamente  artesanal, única e irrepetible. Es el arte de encajar piezas de distintas maderas según su color, tonos y vetas, hasta conseguir figuras y paisajes de alto valor estético y decorativo.

Se utilizan láminas de madera de menos de 1 mm de espesor. El trabajo se realiza actualmente mediante una cuchilla, por su mayor perfección de corte. Se van cortando y colocando las distintas piezas, que una vez encajadas según el diseño, se unen mediante cintas de papel adhesivas. Cuando el conjunto está terminado, se pega a un panel preparado o a la superficie del mueble u objeto que se desea decorar.

Uno de los primeros paisajes realizados en taracea fue este, de Chana de Somoza (León), visto desde el paraje de El Alicreigo (la entrada desde la carretera).

Mi pueblo en taracea